viernes, 14 de mayo de 2010

La curiosidad

Hoy paseando por las calles de Avignon presencié una escena deliciosa que me hizo sonreír todo el camino de vuelta a casa: en uno de los pequeños callejones del centro encontré bien escondidito a un barrendero que, con cara de pícaro, abría unas cartas que alguien había tirado al suelo y pisoteado.

Quizás fue su cara de chiquillo que sabe que está haciendo una travesura, quizás lo casual y aleatorio de la escena; el caso es que si hubiera podido habría sacado una foto para recordarme siempre que si hay algo que hace a los hombres iguales, es la curiosidad.

Y es que, en el fondo, ninguno de nosotros dejamos nunca de ser niños. Y menos mal.

martes, 11 de mayo de 2010

Un atardecer cualquiera

Falta un día para el final de los exámenes. A mi ventana llegan aires de bossa nova que mi vecina brasileña corea con risas y bailes. Las últimas luces del atardecer tiñen las nubes de rosa y naranja. La ciudad brilla al fondo, tranquila, silenciosa; recogiéndose lentamente, al ritmo del sur. Mi vaso de vino blanco refleja tamizados los colores de este perezoso atardecer de primavera.

Las campanas de la iglesia dan las 7, luego las 8. No hay ruidos de ciudad, ni bullicio, ni prisas; tan sólo un son de campanas de iglesia y golondrinas.

Dejo mis folios en la mesa y levanto mis ojos al cielo en silencioso agradecimiento por este momento. Por el atardecer, las campanas, la bossa nova y el vaso de vino.

Porque quizás nunca fui del todo una chica de ciudad.