Falta un día para el final de los exámenes. A mi ventana llegan aires de bossa nova que mi vecina brasileña corea con risas y bailes. Las últimas luces del atardecer tiñen las nubes de rosa y naranja. La ciudad brilla al fondo, tranquila, silenciosa; recogiéndose lentamente, al ritmo del sur. Mi vaso de vino blanco refleja tamizados los colores de este perezoso atardecer de primavera.
Las campanas de la iglesia dan las 7, luego las 8. No hay ruidos de ciudad, ni bullicio, ni prisas; tan sólo un son de campanas de iglesia y golondrinas.
Dejo mis folios en la mesa y levanto mis ojos al cielo en silencioso agradecimiento por este momento. Por el atardecer, las campanas, la bossa nova y el vaso de vino.
Porque quizás nunca fui del todo una chica de ciudad.
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