El lugar es Montpellier. La hora son las 8 de la tarde, hora de cenar francesa. En este mismo instante estoy en la terraza de un pequeño pero coqueto bar disfrutando de los últimos rayos del sol junto a una cerveza mientras espero a unos amigos. A mi lado se sienta una pareja con la clara intención de disfrutar de un monstruoso kebab comprado en el árabe de la esquina y pide un par de cervezas.
Cualquier patrón de bar español habría prohibido a los dos jóvenes comer el susodicho kebab en su recinto (¡habráse visto!). Aquí a nadie le sorprendió. ¿La razón? En Francia la mayoría de los bares por no tener, no tienen ni cacahuetes así que, ¿por qué no dejarte traer tu propia comida, mientras pidas alguna bebida?
Francia, tierra de la haute cuisine, contra España, el país de las tapas. En un lado del ring, la posibilidad de crear tu tarde perfecta comiendo tu pizza preferida acompañada de una cerveza en tu bar favorito. En el otro lado, la pequeña tapa que aparece mágicamente junto a tu bebida, junto a la posibilidad de poder pedir algo de comer sin levantarte de la silla.
A veces la vida nos impone decisiones difíciles...
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