domingo, 4 de octubre de 2009

Desacostumbrándome

Desde mi vuelta de vacaciones no he parado de recibir Couchsurfers en casa; en parte para suavizar el regreso a la rutina, en parte porque siempre acabo conociendo gente interesante y divertida.
Los primeros quince días, mientras seguía de vacaciones, todo fue de perlas; pero ya hace dos semanas que empecé las clases y empezó a ser obvio que necesitaba parar un poco y tomarme un tiempo para hacerme al nuevo horario, las nuevas clases, el nuevo trabajo... A eso hay que añadir que, tras un mes de gente entrando y saliendo de mi casa y de compartir un espacio tan reducido, empezaba a sonarme muy, pero que muy bien la perspectiva de disfrutar de mi pequeño reducto a mis anchas.
Dicho y hecho: esta mañana dije adiós a mi último couchsurfer del mes y pasé la tarde viendo series y paseándome por la casa en ropa interior, disfrutando con la idea de poder hacer ruido y tener la casa para mi sola.


Pero hace diez minutos, mientras me metía en la cama y preparaba el ordenador para ver una película, miré a mi alrededor y no había nadie... y lo eché de menos. Será la fuerza de la costumbre, o quizá las pequeñas conversaciones sin sentido que se tienen justo antes de dormir; pero hay una parte de mi que echa de menos a esos viajeros que invaden mi espacio y ocupan mi tiempo, un pedazo de mi personalidad que sufre un severo síndrome de Estocolmo en su versión turista.

¿Puede uno compartir piso con un "viajero" sin nombre, ni patria, ni bandera, que viene y va a su antojo, o debería reacostumbrarme a la vida independiente?

Mientras reflexiono sobre la respuesta, voy a mirar las peticiones de viajeros para noviembre...

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