sábado, 24 de abril de 2010

Los personajes de Avignon


Mi mejor amiga y yo tenemos un juego apasionante para las horas de aburrimiento; sentarnos en alguna plaza de la ciudad a ver la gente pasar e intentar adivinar quién es de Avignon y quién no. Por estúpido que pueda parecer, a lo largo de los meses hemos logrado hacer un pequeño estudio sociológico de la fauna avignonense, que nos ha llevado a una aplastante conclusión: en la ciudad hay gente muy heterogénea pero, en regla general, si da miedo, es de Avignon.

Los resultados: de 10 personas que pasen, 4 van a ser turistas, 2 van a ser de origen árabe, 2 serán francesitos medios y los otros 2 serán individuos con pinta de expresidiarios y/o enfermos mentales.

Nuestro sistema no falla casi nunca, sobre todo en el último caso, y es que la ciudad acoge a varios personajes que pertenecen a la ciudad como lo hace el puente o la muralla. El chino que pasea borracho en bicicleta por la noche insultando a diestro y siniestro o la mujer que pasa las horas en su coche blanco forrado de papeles de periódico y te grita si te acercas sin querer son sólo dos ejemplos de las instituciones avignonenses que animan nuestra ciudad a diario.

París tiene la torre Eiffel y el Sena. Londres tiene el Big Ben y la reina de Inglaterra. Avignon tiene el puente y la gente rara. Cada loco con su tema.


FOTO: La bici de uno de los personajes de la ciudad, un vendedor de morralla que se pasea de plaza en plaza con el perro en la caja de atrás.

viernes, 2 de abril de 2010

Bienvenida al infierno, ¿en qué puedo ayudarle?


Escribo esta entrada desde mi cama con el pie en alto y el tobillo del tamaño de una naranja valenciana y el color de una ciruela madura; y es que el miércoles pasado me di una torta monumental en el antro infecto donde trabajo, gracias al asno de mi jefe que decidió que la mejor solución para limpiar el suelo era tirar un cubo de agua al suelo. Lo de secar el agua después ya no se le ocurrió, claro, y la menda se pegó una digna de un dibujo animado.

Pero lo mejor fue la reacción y el apoyo de la especie de orcos que dirigen el restaurante, que me tuvieron 40 minutos en la oficina rellenando papeles antes de dejarme ir al hospital, al que tuve que ir por mis propios medios porque no querían "meterse en problemas". Misma razón que mi jefe ha aducido para, en la declaración de accidente laboral, decir que él no estaba ahí ni sabía nada de cómo ni cuándo paso. Y, no contentos con ello, ahora me dicen que como no me reincorpore el lunes, estoy despedida.

Resulta paradójico que el organismo estatal dedicado a ayudar a los estudiantes universitarios ("Crous" es el nombre oficial, aunque personalmente lo he bautizado como Mordor) sea uno de los que peor tratan a los estudiantes trabajadores que contratan.

Que cada vez que haya vacaciones acaben nuestros contratos y firmemos uno nuevo a la vuelta para así no pagarnos dichas vacaciones está feo. Que vaya por mi cuarto contrato de duración determinada cuando el máximo legal son tres está muy feo. Que tenga que pasar 40 minutos convenciéndoles de declarar un accidente laboral del que ellos son responsables está muy, muy feo. Que encima me amenacen con despedirme es el colmo del colmo.

Eso sí, cada vez que paso a darles mi declaración de baja laboral, todos sonríen mucho y me preguntan qué tal estoy. Que aquí en Francia otra cosa no, pero educados lo son un rato.