viernes, 31 de julio de 2009

¡Vamos a la playa!

Venid y ved, oh humildes mortales habitantes de áridas ciudades continentales, y envidiad el día de playa que tuve el privilegio de disfrutar el domingo pasado.

Y es que el domingo me levanté prontito para coger un tren hacia Marsella, donde un amable couchsurfer me esperaba con su coche para llevarme a descubrir la costa. Por la mañana, pequeña playa de rocas cerca de Bandol, perfecta para ir tomando contacto con el mar sin el agobio de las hordas de bañistas veraniegos que atestan las playas por estas fechas.


Una vez ya tostaditos (¡cómo pega el solecito por estos lares en junio, madre mía!), decidimos ir a buscar comida a Sanary, con la suerte de encontrar un mercado de fruta que saqueamos casi por completo. Y a comer al borde del mar, faltaría más.


Tras la orgía de fruta, salimos en búsqueda de otra playa, y esta vez dimos con una cala rocosa escondida tras un monte, con unas vistas de las que quitan el aliento. Y ahí me enorgullezco de haber logrado vencer mi pertinaz vértigo y haber saltado al agua desde las rocas (3 metros no parecen gran cosa hasta que subes y miras abajo...). Y luego a tostarse un poco más, por si acaso no había cogido todavía suficiente color guiri (es decir, rojo gamba).


Para terminar el día, pizza y puesta de sol en una playa de arena a medio camino entre Bandol y Sanary. Sinceramente, espectacular.


Y esta ha sido la gesta de mi descubrimiento de la Costa Azul. Espero que la hayáis envidiado, y recomiendo vivamente que os animéis a explorarla por vosotros mismos; merece la pena.
¡Pero como me gusta vivir al Sur!

martes, 28 de julio de 2009

Noches locas, locas

La una y media de la mañana y heme aquí totalmente despierta escribiendo chorradas en mi blog. Y no es que acabe de llegar de fiesta o que me haya entretenido viendo una peli o algo, no; la razón es que la francesita pizpireta de voz aguda con la que comparto mi estudio se transforma ciertas noches en una especie de monstruo capaz de emitir ronquidos que asustarían a más de un fornido camionero.

Sí, sé que la pobre no lo hace aposta, por supuesto. No impide que ahora mismo sienta un deseo casi irrefrenable de meterla un calcetín por la laringe. Y a ser posible sucio.

Seguro que el juez coincide conmigo en que se trata de un caso claro de legítima defensa.

sábado, 25 de julio de 2009

De sofá en sofá (y tiro porque me toca)

¿Qué hacen un chino, un alemán, una suiza y una española que no se conocen charlando juntos en un bar de Avignon?

Solución: surfear.

Para los que no hayan entendido el chiste, hace un mes me hice miembro de una comunidad de la que ya había hablado aquí, Couchsurfing (literalmente “surfear en el sofá”) que propugna una forma de viajar diferente: alojándose en casa de los habitantes del lugar.

Pese a mis iniciales reparos, mi primera experiencia en casa de un surfero fue increíble; el dueño del piso no sólo me acogió amablemente (bueno, a mí y a otras tres surferas) sino que se convirtió casi en un amigo. Y eso es porque CS va precisamente de eso, de estar en un sitio con un amigo que te acoge, te enseña la ciudad, sale contigo… Es una forma de solidaridad con el viajero, de conocer a gente estupenda y de ver una ciudad desde otro punto de vista, menos turista y más agradable.


En apenas un mes he tenido la oportunidad no sólo de alojarme en casa de un surfero, sino de acoger a gente aq
uí en Avignon. No a todos les he alojado, pero es que también puedes apuntarte sólo para acompañarles en sus periplos por la ciudad. El primer fin de semana salí de visita por la ciudad con una pareja de marselleses, el finde siguiente aprendí a bailar blues con un americano y fui al teatro con un hindú (el par de la foto), y a los tres días me tomé un helado con un chino recién llegado de Buenos Aires, una suiza que surfeaba en su casa y un aficionado al teatro alemán. Cada uno con sus relatos, sus ideas, sus experiencias pero, sobre todo, con ganas de compartir un momento con un amigo desconocido.

En agosto volveré a surfear en sofás ajenos, esta vez italianos (para los que no lo hayáis leído, ¡¡¡busco compañeros para el todo o parte del trayecto Avignon – Roma!!!) y sé que va a ser precisamente eso lo que convertirá mi viaje en una experiencia diferente. Y a la vuelta, ya sabéis que podéis contar con un sofá y una mano amiga en Avignon.


Sólo hay una contraindicación: surfear crea adicción.
Avisados quedáis.

jueves, 23 de julio de 2009

Yo tampoco me lo creo

Dice el Dragó en este artículo que lo de la luna fue todo un montaje...
Y digo yo que cuánta razón tiene. Ni a la luna, ni al espacio, ni al otro lado del Atlántico. Que de todos es sabido que Armstrong era un mamarracho sacado de una telenovela venezolana de poca monta. Y Colón, otro.
Y que la luna está muy lejos y después del Atlántico lo que hay es el cielo y Nuestro Señor Jesucristo, Amén.

Ya está bien de hablar de tecnología, señores, que aquí somos gente seria...

jueves, 16 de julio de 2009

De teatro y otras locuras (II): el día que fui inmigrante ilegal


En mi periplo por el festival, intento siempre buscar obras diferentes, especiales, arriesgadas; y el otro día encontré a la candidata perfecta: "Ticket", una performance que propone seguir los pasos de un inmigrante ilegal que intenta pasar al "otro lado". Y menuda performance...

Para empezar, no se desarrolla en un teatro, sino que te dan cita al borde de un bosquecillo en medio de la isla de la Barthelasse (una islita que hay en el medio del Ródano a su paso por Avignon). Una vez todos los "inmigrantes" reunidos, aparece el protagonista ya en su papel de camello, dándonos instrucciones para pasar al "otro lado" sin demasiados problemas. Nunca des tu nombre ni tu lugar de origen. No des nombres de otros. No respondas, ni siguiera asientas o niegues con la cabeza. Si te preguntan algo, tú sólo responde: "King Phone". De lo contrario, serás deportado, y todo tu esfuerzo habrá sido inútil.
Una vez que se aseguró de que todos habíamos comprendido, nos hizo cruzar el bosquecillo, obligándonos a escondernos cada vez que pasaba un coche cerca y a correr en las zonas despejadas. "Y los viejos que no pueden correr se quedan atrás, no les esperéis".
Al final del camino nos espera un polaco que, armado de una metralleta y dando gritos incomprensibles, nos quita los pasaportes y tarjetas de identidad. Y ahora que todos estamos cansados, acojonados y sin papeles, nos conduce a la parte trasera de un camión, donde otro polaco nos mete a empujones y cierra con llave, dejándonos a oscuras y muertos de calor (aclaremos que un contenedor metálico cerrado a cal y canto a pleno sol una tarde de julio acaba pareciendo más un baño turco que un medio de transporte). En ese momento se integra a la troupe un cámara dedicado a grabar las caras de horror del personal con su cámara de infrarrojos, por si no habíamos sido suficientemente humillados.

Entonces comienza la segunda parte de la performance, en la que oyes más que ves, y sientes más que oyes. Se escucha una pelea a tiros entre los polacos y el camello que, por suerte, parece solucionarse sin muertos. De repente, el contenedor empieza a moverse, como si el camión se hubiera puesto en marcha. Entonces aparece entre nosotros una joven negra que nos cuenta su historia, su sufrimiento para llegar hasta aquí. Poco después el camión se detiene, se abre el portón y aparece uno de los polacos, el más asqueroso de todos, armado hasta los dientes y apuntándonos a los ojos con una linterna. Nos grita algo en polaco que suena a insulto. Se dirige hacia la joven y, delante de todos nosotros, abusa de ella, verbal y físicamente. Una vez satisfecho se va y el camión vuelve a ponerse en marcha. Dentro se ha hecho el silencio.
Después de un rato indeterminado, paramos y nos llegan voces desde fuera que indican que hemos llegado a la aduana. El portón se abre y los "inmigrantes" nos apartamos rápidamente, temiendo un nuevo ataque polaco. Sin embargo, es la policía; nos han descubierto. Ya nunca llegaremos al "otro lado". Salimos del contenedor lentamente, sudorosos y con miedo.
Entonces aparecen los actores a saludar, y les acogemos con un aplauso silencioso, intenso. Nos lleva un rato recuperar el habla, como si acabáramos de despertar de un sueño profundo. Nos devuelven los papeles y nos dan las gracias por haber venido.

No es sólo un magnífico espectáculo. Es un trozo de vida y, para muchos, una realidad personal; y eso es capaz de quitarle el habla a cualquiera.

En cualquier caso, si alguno de vosotros pasa por aquí durante el festival, no dudéis en acercaros a ver "Ticket". Merece la pena.

viernes, 10 de julio de 2009

Razonamientos matutinos


Hoy he pasado una mala noche y he tenido un despertar algo difícil.
Según me he levantado, directa al baño a lavarme la cara. Me miro al espejo. Todo está borroso.

Primera reacción: ¡Estoy borrosa! ¡Mierda! ¿Qué me pasa? ¡Voy a emborronarme hasta desaparecer!
Primer razonamiento, dos minutos después: Las personas no se emborronan, es físicamente imposible.

Segunda reacción: Entonces, ¡me estoy quedando ciega! ¡Ahora lo veo todo borroso, pero luego todo desaparecerá y no veré nada nunca más!
Segundo razonamiento, otros buenos tres minutos después: Las personas no se quedan ciegas en una sola noche sin motivo aparente. Ponte las gafas.

Me pongo las gafas y vuelvo al baño. Constato que mi compañera de piso se acaba de duchar y el espejo sigue empañado.

Voy a hacer café.

miércoles, 8 de julio de 2009

De teatro y otras locuras (I)

Ayer, en el trayecto entre la calle central de Avignon y mi casa me crucé con tres monjas barbudas en moto, una japonesa vestida de blanco cargando un árbol, media docena de payasos, cuatro detectives de incógnito, una pareja a bordo de una cama motorizada, tres amas de casa - animadoras, un futbolista haciendo malabares con una sartén, un huevo y una maza en llamas, un piano de cola en la terraza de un bar de viejos, un grupo de ángeles con paraguas azules y varios miles de carteles de todos los colores y tamaños inimaginables.

No, no me he vuelto loca, lo que pasa es que ha empezado el Festival de Teatro, y aquí no se andan con chiquitas. Durante las próximas tres semanas tendrán lugar más de cien espectáculos al día; tanto en teatros como por la calle, pasando por escenarios tan inesperados como un contenedor de un carguero o el hall del ayuntamiento.

Para dar un poco de envidia, aquí dejo una parte de las fotos que tomé ayer mientras paseaba. Haced click para ampliar.
Más en próximas entregas.

martes, 7 de julio de 2009

Es noticia

Ayer en las noticias:

Un taxista muere apuñalado en Madrid en 2007.
Seis muertos en un incendio de una vivienda en Londres.
Veintiséis militares pakistanís mueren en un accidente de helicóptero.
Ciento cuarenta muertos durante una protesta de la minoría musulmana en China.

Leí hace poco no sé dónde que, cuanto mayor es la distancia, más muertos se necesitan para que algo sea noticia.
Y lo peor es que quizás sea cierto.

domingo, 5 de julio de 2009

Domingos y profesores


Tras 17 años de estudiar, no he conseguido deshacerme de la firme convicción de que los profesores, una vez fuera de clase, dejan de existir o, a lo sumo, llevan una existencia miserable. En cuanto salen por la puerta del aula, sus pequeñas e insignificantes vidas están formadas por una serie de insulsas tareas capaces de aburrir al mismísimo Sísifo. Los simpáticos vuelven a sus familias y a su típico y mediocre hogar; los abominables regresan a un hogar vacío a corregir exámenes y poner malas notas para desahogar su vacío vital. Sé que es simplista, egocéntrico y poco realista, y tengo amigos dedicados a la noble tarea que demuestran lo contrario, pero qué queréis, la imaginación es lo que tiene.

Es por ello que siempre me choca encontrarme con un profesor en circunstancias no escolares. Y por eso mismo cuando esta mañana me he encontrado con mi profesora cincuentona y algo estirada de gramática inglesa, mi cerebro ha tardado un rato en reaccionar.

Y es que esta mañana de domingo he realizado la heroica hazaña de levantarme antes del mediodía para acercarme al mercadillo que hay detrás de casa y que, como todo en Francia, abre a unas horas indecentes. Y allí estaba ella, detrás de uno de los puestos, vendiendo joyas y artilugios varios fabricados en el sur de Asia.

"Me ha visto, habrá que saludar", me digo.

Y entonces:
Descubrimiento chocante número uno: es un puesto de comercio justo en el que vende abalorios hechos en el sur de Asia y cuyos beneficios van a un organismo que lucha contra el trabajo infantil en dicha zona.
Descubrimiento chocante número dos: ella misma compra los abalorios en sus países de origen respectivos. Cada año coge su mochila y se pierde ella solita por los diferentes países surasiáticos durante ocho semanas en verano.
Descubrimiento chochante número tres: tiene una licenciatura en español y lo habla bastante bien porque vivió en Madrid, mi Madrid, durante tres años.

Y así, como quien no quiere la cosa, pasa media hora y aquí sigo hablando con Danielle Jalras, aventurera, idealista, intelectual y, además, profesora de inglés.

El domingo que viene tiene pensado volver a este mercadillo, sino encuentra billetes para la India ("mi noveno viaje a ese país, si mal no recuerdo"). Me despido pensando que a lo mejor podría hacer el esfuerzo el domingo que viene y volver por aquí.

Saldo del día: cuatro libros de los de a euro por pieza y de pinta estupenda, y una charla estupenda con una persona interesantísima.

Y, sí, también un par de pendientes made in India.

sábado, 4 de julio de 2009

Lluvia

Llueve. Una gota de lluvia se desliza lentamente por mi nariz, cae, cae, cae. El cielo amenaza, grita, se retuerce. A mi alrededor todo está mojado.

Me gusta la lluvia porque no entiende de raza, sexo o clase social; seas quien seas, si te llueve encima, te mojas. Me gusta la lluvia de verano, la tromba de agua que cae de golpe, sin apenas prevenir, y que parte tan rápido como vino. Me gusta caminar bajo la lluvia despreocupadamente pues, al fin y al cabo, sólo es agua, y tarde o temprano dejará de llover.

Mi pelo huele a lluvia. De mi flequillo cuelgan tres pequeñas gotas de agua, resistiéndose a caer. Me asomo a la ventana y, al moverme, las gotas de mi flequillo caen, caen, caen.

Me gustan los días de lluvia.

viernes, 3 de julio de 2009

Couchsurfing


La semana pasada surfeé por primera vez y no me mojé.

Claro, que lo que no he dicho es que surfeé en un sofá. Y es que ahora soy una couchsurfer, CS para los amigos; un término muy rimbombante que designa a los miembros de una comunidad, http://www.couchsurfing.org/ , dedicada a alojar a viajeros gratis en la casa propia. El viajero consigue alojamiento, consejo y, si tiene suerte, un acompañante para recorrer la ciudad; y el propietario del sofá, compañía y unas cervezas, que nunca están de más.

Mi primera experiencia, en Lyon, ha sido una locura. Un CS dedicado a la causa en cuerpo y alma, que no sólo alojaba a cuatro personas a la vez (su salón parecía una habitación de albergue), sino que nos dejó las llaves porque se iba de viaje un par de días mientras estábamos ahí. Los otros CS fueron estupendos y el dueño, una vez en casa, resultó ser un tío divertido y simpático y un gran cocinero. A cambio, ron, cervezas y la tortilla de patatas más grande que jamás he cocinado (de las de 4kg de patatas y una buena docena de huevos) que, de hecho, tuvimos que voltear entre tres porque no había dios capaz de manejar aquello sin abrirse la muñeca en dos.

Yo ya me he apuntado en la web y, a partir de agosto, que ya tendré mi nuevo apartamento para mi solita, empezaré a acoger surferos.
Bueno, eso contando con que haya alguien que se pierda por estos mundos dejados de la mano de dios y necesite un sitio para dormir, claro...

jueves, 2 de julio de 2009

¡Me derritooooo! (II)

Por fin, esta tarde, lluvia. Viendo los nubarrones acercarse, comento: “¡Mira, va a llover, menos mal! ¡Ya era hora de que refrescara un poco!”.


Pues va a ser que no.

No sólo no ha refrescado, sino que se ha creado un magnífico efecto sauna. He salido a la calle y se me han empañado las gafas.


No voy a sobrevivir a este verano, lo sé.

miércoles, 1 de julio de 2009

¡Me derritooooo!


Escribo estas líneas a 33ºC y 90% de humedad, en un apartamento que recibe una magnífica luz solar a casi todas horas del día y que, por supuesto, no dispone de climatización de ningún tipo.
No ayuda tampoco el hecho de que la tienda que vende ventiladores a precios razonables más cercana se encuentre a 15km, al final de una carretera que nada tiene que envidiar a la estepa manchega y a la que la menda y su bici temen enfrentarse por miedo a derretirse como la bruja malvada del Mago de Oz.

El único método eficaz que he encontrado para sobrevivir a este castigo meteorológico ha sido convertir mi cocina en una pequeña fábrica de gazpacho y zumos varios pero, aun así, si un día de estos aparece en las noticias la historia de una joven española muerta derretida en un pueblo francés, podéis tener por seguro que ha sido la que aquí escribe.

¡Quién me iba a decir que iba a echar de menos el Mistral de las narices!