jueves, 29 de octubre de 2009

Revelaciones (I)

Hace un rato he salido a mi terraza a ver la puesta de sol sobre la ciudad, y entonces me he dado cuenta de un hecho importante: vivo en un pequeño y romántico estudio con terraza en medio de una ciudad medieval del sur de Francia.

¡Rempámpanos! ¡Qué novelesco!

¿Quién me lo iba a decir a mi hace dos años?

Pasen y vean


http://chemajazz.blogspot.com/2009/10/de-nuestra-corresponsal-en-avinon-les.html

Y ya que están, échenle un ojo al blog. Merece la pena (y no lo digo porque sea mi padre).

miércoles, 21 de octubre de 2009

Megde

Yo ya lo había dicho: los macarras franceses impactan mucho menos.

Sera porque se visten como si acabaran de salir de un cómic, con pantalones pitillo, zapatillas fosforitas y la gorra a un paso de flotarles por encima de la cabeza de lo alta que va. Que, dicho sea de paso, me hace preguntarme cómo demonios hacen en Avignon con el Mistral a 100 km/h para que no se les vuele de verdad. ¿Será cosa de encajarla bien o le darán directamente al superglue?

Pero en realidad creo que el problema está en los insultos. Seamos sinceros: los improperios pronunciados con boquita de piñón y las egges a la fgançaise suenan mucho menos malsonantes, valga la redundancia.
Casi dan ganas de responderles: "¡Mírale qué mono, las cosas que dice con su acentillo francés!" (práctica desaconsejada por lo demás si pretenden conservar su integridad física). Pero es que donde estén una jota o una erre bien pronunciadas que se quiten todas las egges del mundo...

Y, si no me creen, prueben a decir "merde" en lugar de "mierda". O llamen a alguien "conard" en vez de "gilipollas". Pues eso.

sábado, 17 de octubre de 2009

Salsa a la francesa

Cosas que he aprendido esta semana:

Que, si bien políticamente España forma parte de Europa, a efectos prácticos se considera un país tercermundista.

Que la salsa es un deporte peligroso y hay que tomar precauciones médicas antes de practicarlo.

Que no tengo la tuberculosis.

¿Que por qué he aprendido todo esto y qué tienen que ver unas cosas con otras? Muy sencillo: porque me he inscrito en un curso de salsa en la universidad.
Sí, sí, como lo oyen: salsa. Lo que en España resulta tan sencillo (apuntarse, pagar e ir a clase) aquí, con la burocracia de marras, acaba siendo una odisea que nunca se sabe cuándo ni dónde acabará.

Primer paso: inscribirme por Internet al centro deportivo. Hecho.
Segundo paso: inscribirme por Internet en "deporte" como asignatura de libre elección. Hecho.
Tercer paso: pagar la cuota anual (10€). Hecho.
Cuarto paso: conseguir un certificado médico que me declare apta para la práctica deportiva. Empiezan los problemas.
Pido cita en el médico de la universidad. Me recibe una semana más tarde y me hace un reconocimiento general mientras aprovecha para contarme su vida y milagros. Me pide la cartilla de vacunaciones y, como no la tengo, me obliga a vacunarme del tétanos, la difteria y la tos ferina (todos sabemos que la salsa es un deporte peligrosísimo y más vale prevenir que curar). Añade una prueba para saber si tengo la tuberculosis, por si acaso, pues ya se sabe que la sanidad española nada tiene que enviar a la de Mali.
Empiezo a preguntarme qué demonios haremos en clase que requiera tantas precauciones.
Una semana más tarde, una vez vacunada y confirmado que no tengo la tuberculosis, me da el dichoso certificado: soy médica y físicamente apta para bailar salsa. Qué alivio.
Quinto paso: me inscribo físicamente en el centro deportivo y me obligan a contratar un seguro para la práctica de deportes.
La inquietud se convierte en preocupación. ¿Necesito un seguro? Pero aquí cómo bailan salsa, ¿a puñetazos?
Sexto paso: con todos los paneles, vacunas y seguros, me tamponan la tarjeta de estudiante. Tras dos semanas de papeleos, ya estoy oficialmente matriculada en salsa.
Ahora solo me queda reunir el valor para ir a clase. Y la fuerza para llevar la pila de papeles hasta mi casa.

Están locos estos franceses...

martes, 6 de octubre de 2009

A de Apocalíptica

El mes pasado, tras haber estado desconectada del mundo durante la totalidad de mis vacaciones, fui a hacer la compra a mi supermercado habitual y al pasar por caja me fijé en que habían quitado el stand de chicles para poner en su lugar un nuevo lineal de gel de manos antibacteriano y antitodo. Cosas de marketing, me dije, y seguí a lo mío.
Sin embargo, al día siguiente tuve un encuentro cuanto menos sorprendente con una de mis profesoras. Tras los saludos de costumbre y la pregunta de rigor sobre las vacaciones recibí una respuesta del estilo: "Espero que esté preparada para trabajar desde su casa llegado el caso". Ante mi cara de qué-tiene-que-ver-la-velocidad-con-el-tocino la profesora continuó su discurso: "¿Pero no sabe que ha habido un caso de gripe A en Avignon? ¡Hay que estar preparados para el cierre inminente de la universidad!"

Así que era eso; la dichosa gripe A ha llegado a Avignon. Abróchense los cinturones.

La gente necesita motivos de preocupación. La felicidad es demasiado complicada, demasiado aburrida. ¿Se imaginan los encuentros con sus conocidos si no hubiera desastres naturales? ¿De qué hablarían? ¿Del tiempo? ¿De la cosecha? ¿De las fluctuaciones en el precio del atún escandinavo?
El Avignews, periódico semanal gratuito de la región (nótese el hábil juego de palabras entre Avignon y News, "noticias" en inglés), dedicó hace un par de semanas dos páginas enteras a un reportaje sobre la gripe de las narices lleno de gráficos de quesitos y diseños de virus verdes con pinta de extraterrestre cabreado. Añadían la semana pasada el artículo "In bed with la grippe A: Cloé raconte" (en la cama con la gripe A: Cloe lo cuenta), una recopilación de extractos del diario que Cloé, estudiante de instituto avignonesa afectada por el virus, ha tenido a bien escribir para la redacción del periódico. En él la joven cuenta sus impresiones, sus síntomas e incluso sus idas y venidas al baño. Todo es motivo de interés cuando hay una epidemia de por medio.

Hace diez días me resfrié un poco y no pude evitar ir tosiendo por ahí. La primera pregunta que me hicieron todos mis amigos y compañeros sin excepción fue si tenía la gripe A. "Por supuesto", les contesté, "tengo la gripe A de Apocalíptica y he venido aquí a mataros a todos".

Me pregunto si se puede morir de estupidez. O de hipocondría. Eso sí que causaría una verdadera epidemia...

domingo, 4 de octubre de 2009

Desacostumbrándome

Desde mi vuelta de vacaciones no he parado de recibir Couchsurfers en casa; en parte para suavizar el regreso a la rutina, en parte porque siempre acabo conociendo gente interesante y divertida.
Los primeros quince días, mientras seguía de vacaciones, todo fue de perlas; pero ya hace dos semanas que empecé las clases y empezó a ser obvio que necesitaba parar un poco y tomarme un tiempo para hacerme al nuevo horario, las nuevas clases, el nuevo trabajo... A eso hay que añadir que, tras un mes de gente entrando y saliendo de mi casa y de compartir un espacio tan reducido, empezaba a sonarme muy, pero que muy bien la perspectiva de disfrutar de mi pequeño reducto a mis anchas.
Dicho y hecho: esta mañana dije adiós a mi último couchsurfer del mes y pasé la tarde viendo series y paseándome por la casa en ropa interior, disfrutando con la idea de poder hacer ruido y tener la casa para mi sola.


Pero hace diez minutos, mientras me metía en la cama y preparaba el ordenador para ver una película, miré a mi alrededor y no había nadie... y lo eché de menos. Será la fuerza de la costumbre, o quizá las pequeñas conversaciones sin sentido que se tienen justo antes de dormir; pero hay una parte de mi que echa de menos a esos viajeros que invaden mi espacio y ocupan mi tiempo, un pedazo de mi personalidad que sufre un severo síndrome de Estocolmo en su versión turista.

¿Puede uno compartir piso con un "viajero" sin nombre, ni patria, ni bandera, que viene y va a su antojo, o debería reacostumbrarme a la vida independiente?

Mientras reflexiono sobre la respuesta, voy a mirar las peticiones de viajeros para noviembre...