Todos los días pasamos por delante de miles de cosas maravillosas, edificios, museos, jardines; y sin embargo pocas veces los vemos.
Pero cuando viene alguien a visitarnos, uno puede aprovechar y ponerse las gafas de turista, esas que te permiten ver la ciudad desde otro ángulo, extasiarte con los edificios, querer visitar monumentos y que no te importe demasiado el mal tiempo. Y así uno redescubre su ciudad y se maravilla ante el hecho de vivir en un sitio así, lleno de vida, de historia y de cosas que ver y que hacer.
Aunque también está la otra cara de la moneda; lo que traen consigo las visitas. Y que conste que no hablo sólo del jamón serrano, que también – los expatriados sabéis de qué hablo – sino del cariño, los recuerdos, un pedacito del hogar. Que en esos días en que uno está solo en casa, malito y con la familia a 1000km, anda que no daría algo por estar en el sofá de casa con la madre trayéndote sopitas y aspirinas…
Y, por qué no, también está el orgullo de enseñar tu nuevo hogar, tu nueva vida y todas esas pequeñas cosas que hacen que el esfuerzo para llegar allí haya valido la pena.
Hace poco recibí dos visitas que, tras unos meses un poco difíciles para mí, me han salvado la vida. Me han traído noticias, cotilleos, visitas turísticas, excursiones, tranquilidad, risas y, por supuesto, jamón.
Jana, ex-erasmus, compañera de aventuras el año pasado en Lyon, ¡¡¡yujuuuuuuuuuu!!!
Padre, al que hacía muchos meses que no veía, a veces la única voz cuerda que me queda.
Pero cuando viene alguien a visitarnos, uno puede aprovechar y ponerse las gafas de turista, esas que te permiten ver la ciudad desde otro ángulo, extasiarte con los edificios, querer visitar monumentos y que no te importe demasiado el mal tiempo. Y así uno redescubre su ciudad y se maravilla ante el hecho de vivir en un sitio así, lleno de vida, de historia y de cosas que ver y que hacer.
Aunque también está la otra cara de la moneda; lo que traen consigo las visitas. Y que conste que no hablo sólo del jamón serrano, que también – los expatriados sabéis de qué hablo – sino del cariño, los recuerdos, un pedacito del hogar. Que en esos días en que uno está solo en casa, malito y con la familia a 1000km, anda que no daría algo por estar en el sofá de casa con la madre trayéndote sopitas y aspirinas…
Y, por qué no, también está el orgullo de enseñar tu nuevo hogar, tu nueva vida y todas esas pequeñas cosas que hacen que el esfuerzo para llegar allí haya valido la pena.
Hace poco recibí dos visitas que, tras unos meses un poco difíciles para mí, me han salvado la vida. Me han traído noticias, cotilleos, visitas turísticas, excursiones, tranquilidad, risas y, por supuesto, jamón.
Jana, ex-erasmus, compañera de aventuras el año pasado en Lyon, ¡¡¡yujuuuuuuuuuu!!!
Padre, al que hacía muchos meses que no veía, a veces la única voz cuerda que me queda.
Gracias a ambos por esas gafas de visita. ¡La próxima vez seré yo quien os las lleve!
de nada. Yo también lo disfruté muchísimo, mereció la pena aunque solo fuera por la oportunidad de contarnos nuestras cosas. Tiene güasa la cosa: he tenido que hacer tropecientos mil kilómetros para poder hablar tranquilamente con mi propia hija. Por cierto, esas gafas de que hablas, ¿no me las dejaría por algún sitio?. Lo digo porque las mías nos las encuentro...
ResponderEliminarBienvenido a la globalización, padre, sólo que ahora es tu hija la que está "globalizada". Eso sí, yo estoy convencida de que es precisamente la enorme distancia la que nos ha permitido disfrutar tanto de la visita. ¡Lo bueno, si breve, dos veces bueno!
ResponderEliminarY no te preocupes, que las gafas te las llevaré de vuelta; quizás más tarde que temprano, pero Madrid me está esperando. :)